Igual
que el cuento de la lechera, que después de hacerse tantas ilusiones,
el cántaro con la leche se rompió. Eso le pasó a mi madre en el relato
que escribo a continuación.
Eran
los años cincuenta, mi madre tenía un gallo y una gallina, que con
mucho esfuerzo pudo comprar, pues apenas tenía dinero para dar de comer a
todos sus hijos que eran diez.
En
ese tiempo había mucha gente que pasaba hambre y falta de toda clase de
comodidades, sólo teníamos la ropa que llevábamos puesta, y cuando
nuestra madre lavaba esa ropa nos tocaba estar acostados hasta que se
secaba.
En casa no teníamos agua corriente, y la ropa se lavaba en un lavadero público.
Allí lavaban todas las mujeres del pueblo, por aquellos años todavía no sabíamos qué era una lavadora.
Ante
tantas escaseces mi madre tuvo la idea de, en vez de comerse los huevos
que ponía la gallina, guardárselos, y cuando tuvo muchos y la gallina
se puso clueca, dejó que la gallina incubara los huevos, (incubar los
huevos es igual que los pájaros en los nidos, están las madres dando
calor a los huevos, y al cabo de veintiun días los pollitos empiezan a
romper el cascarón de los huevos y salen de ellos), son amarillos,
preciosos, y muy pequeños y desvalidos pero enseguida aprenden a andar.
Pasado
el tiempo empiezan a salirles las plumas y éstas ya son del color que
tienen que tener ya de mayores, pues como los pájaros hay una gran
variedad en colores.
Mi
madre estaba muy contenta pues habían nacido doce polluelos, y como el
cuento de la lechera, pensaba vender los pollitos y comprar un conejo y
una coneja, para criar conejos y poder venderlos también, porque los
conejos crían mucho y tienen muchos conejitos y así podría venderlos y
ganar mucho dinero. Con las ganancias pensaba comprar una cerdita
pequeña, y criarla hasta que fuera mayor y pudiera tener cerditos, de
ellos nos quedaríamos uno lo engordaríamos y sacaríamos jamones, chorizos y morcillas,
tendríamos mucha comida, porque como todos sabéis del cerdo se come
hasta el rabo. El resto de los cerditos los venderíamos para obtener
algun dinero que ayudara a vivir mejor a toda la familia.
Pero un día vio que los pollitos tenían una especie de piojos que tiene los animeles de plumas;
por aquellos tiempos los niños también tenían piojos, y sus madres les rociaban la cabeza con flit
y se la tapaban con un pañuelo y al cabo de una hora se la lavaban y se
la aclaraban con vinagre, así con el olor del vinagre tardaban más
tiempo en volver a tener nuevos piojos. Mi madre pensó: ... rociaré los pollitos con flit y mataré los piojos que tienen. Y dicho y hecho, cogió los pollos de uno en uno y les roció de flit; también les tocó el turno al gallo y a la gallina.
Estaba
terminando su tarea, cuando vio que los primeros pollos que había
rociado empezaban a dar vueltas y caían al suelo. Mi madre se dio cuenta
del error que había cometido y empezó a gritarnos a todos: ¡Venid, venid! , ayudadme a bañar a los pollos a ver si salvamos algunos. Pero no se salvó ninguno, se murieron todos, incluídos gallo y gallina.
Y mi madre lloraba desconsolada exclamando: Dios mío, he traído la ruina a esta casa, y como no paraba de llorar, mi hermano que tenía diez años y yo que tenía ocho, le dijimos: Madre, no te preocupes, que mis hermanos y yo nos pondremos a trabajar y traeremos dinero a casa. Mi madre nos miró con cariño y nos abrazó llorando.
Así
fue cómo a tan corta edad nos pusimos a tabajar y aprendimos una
lección que nos ha servido para siempre: que no se pueden hacer cuentas
con el dinero que puedes ganar, sino con el que ya tienes ganado.